Al igual que los puzzles de lógica y los problemas de matemáticas son el combustible para su capacidad intelectual, su inteligencia general tiene una contraparte emocional, que los científicos han llamado «inteligencia emocional«. Su EQ (Emotional Quotient o índice de inteligencia emocional) no se mide necesariamente con una puntuación estandarizada, pero hay varios modelos que le pueden ayudar para tener un espectro general de habilidades tales como el reconocimiento del miedo sobre la sorpresa, o el orgullo sobre el desprecio. El EQ ayuda a los médicos a mejorar la atención al paciente, a los líderes de negocios a entender a su personal, y al público en general a mejorar sus habilidades sociales para reducir el estrés y ser más felices.
«Un pequeño aumento de la inteligencia emocional se correlaciona con grandes aumentos en la calidad de vida, en la eficacia y en la toma de decisiones«, dijo Joshua Freedman, director general de 6 seconds, una organización no lucrativa que se especializa en ayudar a personas a aumentar su EQ. Freedman ha trabajado con jugadores de fútbol profesionales, enfermeras y ciudadanos medios. Los principios son los mismos que con la inteligencia general, dice. Podemos heredar una parte de nuestra EQ de los padres emocionalmente inteligentes, pero también es como un músculo. «La manera en que la definimos, es un conjunto de habilidades que se pueden aprender.»
Entonces, ¿cómo podemos dejar de ser algo más que un «cuerpo impulsivo» y aumentar nuestro EQ? Freedman ofrece dos sugerencias, y la primera es considerar lo que nos sucede con inteligencia emocional y trabajar hacia atrás a partir de ahí.
Las personas con altos EQ son conscientes de sí mismos, se auto-gestionan y se auto-dirigen. No sólo se dedican a la introspección, tratando de entender cómo se comportan (autoconciencia) para cambiar esos comportamientos en sus propias vidas (auto-gestión). También se adaptan a las personas con las que están interactuando (auto-dirección). Dicho de una forma cotidiana, podríamos decir que estas personas tienen la misma longitud de onda emocional. Por eso, como por arte de magia, al instante adaptan su compromiso emocional a su compañero de conversación – evitando una broma sensible aquí, o tratando de ver un poco más allá.
Desde el exterior, puede parecer que estas personas están realizando adivinaciones. Pero Freedman sospecha que la química del cerebro de una persona emocionalmente inteligente es bastante accesible. La ciencia parece que lo respalda. Cuando sentimos una emoción en particular – por ejemplo, ira – producimos mensajeros químicos a través de nuestros cuerpos y se «enganchan» en diversos receptores, a los que envían mensajes moleculares que cambian nuestro estado fisiológico. No sólo sabemos en nuestras cabezas que estamos enfadados. Sudamos, nos ponemos en tensión, y nuestro corazón se acelera: Nos sentimos enfadados.
Hacer frente a estas emociones es difícil. Con el tiempo se pone aún más difícil, sobre todo si no nos ocupamos de ellas. Los neurocientíficos se refieren al volcado hormonal (de cortisol, la hormona del estrés, entre otras) como un «efecto cascada», en gran parte porque el bucle tiende a acumularse sobre sí mismo. Por suerte, ahí es donde la segunda estrategia de Freedman viene muy bien. Hay que parar de visualizar las emociones como bestias desencadenadas que ejercen un control total sobre nuestro modo de vida, y verlas en su lugar como puntos de datos. Así simplificamos el problema y nuestro EQ salta inmediatamente.
«Si usted está realizando una prueba de laboratorio y obtiene algún resultado que es inesperado o extremo, el resultado debe conducir a realizar más investigación«, dijo. «Me gustaría animar a la gente a adoptar un enfoque similar a sus emociones y a las de otros.»
Quienes luchamos o peleamos con la mayoría de personas también somos los que amamos profundamente. Sin una conciencia de sí mismo la ira puede ocupar el lugar del amor, y la lucha puede durar mucho más tiempo.
Tal vez algo como saludar a alguien detrás de un escritorio pueda tener el resultado de que esos pequeños momentos mejoran con el tiempo nuestra inteligencia emocional. Haciendo que se reduzca en nuestras vidas el estrés y la ansiedad. ¿No merece la pena intentarlo?